Charla impartida el 19 de junio de 2020por el Mgtr. Javier Martínez*,editor general de Cazam Ah-----------*Licenciado en Letras y antropólogo*Maestro en Comunicación y en LingüísticaDrama no es sinónimo de tragedia. Muchas veces, en el lenguaje coloquial se dice que algo es dramático por dar a entender que es trágico o que tiene un final negativo para el personaje principal. Sin embargo, drama significa que algo está hecho para montarse en las tablas, en el escenario de un teatro. De hecho, lo anterior es la característica principal del género dramático y no que se use el diálogo, ya que existen diálogos que no son dramas; por ejemplo, los Diálogos de Platón no son drama porque presentan a Sócrates hablando con otros personajes, como Cratilo, de manera monótona, sin acción, y sería muy aburrido ver ese montaje donde solo aparecería Sócrates hablando con otros personajes sin movimiento, sin trama, sin nudo; simplemente serían dos personas platicando mientras intentan convencerse mutuamente sobre una idea abstracta. Lo mismo pasa con Fausto, de Von Goethe, que aunque está escrita como diálogo, no es una obra para presentarse en teatro porque, primero, contiene algunas escenas imposibles de ejecutarse (como un perro que se convierte en ser humano); segundo, la obra es demasiado larga para montarse en escena pues, cuando se ha intentado, dura más de diez horas continuas.
El teatro griego
Una vez claro en qué consiste el género dramático, abordaremos el teatro griego. Este surgió durante el siglo IV o V a. C., concretamente en la región llamada Ática. Tiene su origen en las fiestas dionisíacas que se llevaban a cabo durante la época de la vendimia (cuando se cosecha la uva para hacer vino). Los griegos detenían todas las actividades laborales para socializar y beber vino en exceso durante esta época; las fiestas estaban íntimamente relacionadas con el dios del vino, Dionisio para los griegos y Baco para los latinos. Este dios tiene una característica interesante: en la mitología griega, fue el último en asimilarse. El mito cuenta que nació de una infidelidad de Zeus a su celosa esposa Hera y, para encubrir la existencia del niño, el dios del rayo engendró al niño en su muslo; luego, al nacer, lo entregó a los sátiros para que lo criaran, donde aprendió a fabricar vino. Es importante destacar que los sátiros son aquellos seres mitológicos con cuernos, barba y extremidades inferiores de cabra. Al crecer, el mito cuenta que Dionisios tuvo que recorrer Grecia para convencer a los diferentes pueblos de que lo adoraran; aquellos lugares donde lo aceptaban como un dios, eran bendecidos con vino y teatro, pero donde lo rechazaban, eran castigados con el alcoholismo y su pueblo era arrasado por las sacerdotisas del dios.
Si se observa con atención, se descubrirá que los sátiros se representan plásticamente igual que los demonios cristianos y esto no es una causalidad; está íntimamente relacionado con la prohibición del teatro durante los primeros años del cristianismo. Cuando los primeros cristianos trataban de convertir a los paganos, se toparon con que había un dios al que, específicamente, no querían olvidar: Dionisios. A pesar de que el imperio romano ya se había convertido oficialmente al cristianismo, los ciudadanos romanos no olvidaban a sus dioses, sus ritos y, especialmente, a los más queridos, como Dionisio, cuyos ritos incluían vino, teatro y orgías. Los primeros cristianos, por lo tanto, literalmente satanizaron todo lo relacionado con Dionisio, como los sátiros, y prohibieron el teatro. Para comprender la dimensión de los ritos dionisiacos, hay que mencionar que este dios del vino y los instintos no tenía sacerdotes varones, sino sacerdotisas, quienes una vez al año se reunían en la isla Lesbos para llevar a cabo multitudinarios ritos orgiásticos lésbicos (obviamente la palabra «lesbiana» viene de «Lesbos»). La mitología terminaría convirtiendo a estas sacerdotisas, también llamadas bacantes, báquides o valkirias, en amazonas, las guerreras que invadían pueblos y robaban niñas para integrarlas a sus líneas. Aunque las amazonas son un mito, está clara su relación con los históricos ritos dionisiacos en donde las sacerdotisas imitaban a su dios al visitar pequeños pueblos donde, si les dan insumos para su rito, invitan al pueblo a una fiesta con vino y teatro, pero, de lo contrario, invadían, destruían y saqueaban todo; una obra teatral que ejemplifica esto es Las bacantes de Eurípides. Una teoría sobre el origen del teatro griego afirma que durante estos ritos dionisiacos, los griegos descansaban y dejaban a los niños al cuidado de los sacerdotes, quienes pronto, para entretenerlos, comenzaron a representar el mito de Dionisios: cómo había sido engendrado, su educación con los sátiros, su peregrinaje por el mundo, etcétera. Seguramente durante estas representaciones comenzaron a usar máscaras y a organizarse mejor hasta desarrollar el teatro. Posteriormente, los griegos organizaban largas temporadas de teatro que empezaban al amanecer y llegaban a altas horas de la noche; de hecho, se trataba de competencias teatrales donde el público elegía a los ganadores con su aplauso; el ganador recibía una plaqueta grabada con la obra de algún poeta famoso y esto consistía un alto honor.
Las obras griegas de drama se presentaban en trilogías, aunque lamentablemente hoy solo nos queda una completa: la Orestiada de Esquilo. Otra característica del teatro griego era su musicalidad; de hecho, el músico Richard Wagner, en su obra Las Walkirias, intentó recrearlo; por lo tanto, lo más parecido al teatro griego actualmente es la ópera. Los mismos personajes están pensados para la música, pues, por ejemplo, las obras incluyen grupales llamados «coro». El coro cantaba al unísono y, a veces, se subdividía: cuando solo cantaba un solista se llamaba «corifeo» y cuando el coro se dividía en dos, para hablar consigo mismo, una parte se llamaba «estrofa» y la otra, «antiestrofa». El coro solía representar la opinión popular.
La tragedia
Aunque las obras de teatro griego siempre se presentaban en trilogías, hoy solo quedan unas pocas; de hecho, solo nos quedan las obras de tres trágicos (Esquilo, Sófocles y Eurípides) y un cómico (Aristófanes).
La Orestiada, única trilogía completa que queda, fue escrita por Esquilo, el más antiguo de los trágicos. Varios teóricos afirman que Hamlet, de Shakespeare, es una adaptación de este clásico. Hamlet es un príncipe de Dinamarca que debe vengar la muerte de su padre pues sospecha fue envenenado por su tío para quedarse con el reino y con la reina, quien posiblemente fue su cómplice. Por su lado, en la Orestíada, Orestes es el príncipe de Micenas y debe vengar la muerte de su padre, Agamenón, a manos de Clitemnestra, su madre, y de Egisto, el amante de esta. En un su primera parte, titulada Agamenón, la Orestiada relata cómo el rey fue asesinado al regresar de la guerra de Troya y los asesinos se deshacen de los herederos: Orestes es enviado al extranjero y Electra es convertida en sirvienta del palacio. En la segunda parte, titulada Las coéforas, Orestes regresa a Micenas, instigado por su hermana Electra, para matar a su madre y a su amante en venganza del padre. La tercera y última parte, titulada Las Euménides, describe el juicio que los dioses hacen a Orestes por parricidio: Atenea es la jueza, el pueblo de Atenas el jurado (coro), las diosas vengadoras del parricidio son las fiscales y Apolo, el defensor. Orestes gana el juicio porque, para los griegos, en la familia era más importante el padre que la madre; para argumentar esto, Apolo le recuerda al jurado que la misma jueza Atenea nació solo del pensamiento de Zeus, por lo que no se necesita una madre para engendrar (los griegos pensaban que la mujer era como una incubadora que no aportada nada a la criatura que ya venía completa desde el hombre).
Sófocles escribió varias tragedias, pero destaca Edipo rey, ampliamente reconocida como la mejor del mundo griego. Edipo es aquel personaje que mata a su padre y procrea hijos con su madre. Aunque la trilogía de Sófocles está incompleta, conocemos bien el mito porque aún se conservan otras obras que lo complementan, como Edipo en Colono, también de Sófocles, o Los siete contra Tebas, de Esquilo. Todas estas obras relatan la historia completa de la familia maldita, la familia real de Tebas. Por último está Eurípides, que es el más moderno de los trágicos y escribió obras como Medea, Electra y Orestes, entre otras. Vemos, entonces, que la mitología era el tema principal de la tragedia griega y, aunque muchos autores repetían el mismo mito en sus obras, lo hacían desde diferentes perspectivas.
La comedia
Usualmente, la comedia griega no es tan reconocida como la tragedia; esto se debe a que aborda temas con mucha carga sexual y usa muchas palabras soeces o inapropiadas. Sin embargo, el principal problema es que la comedia griega hace referencia a la política y al momento coyuntural de su sociedad. En otras palabras, para comprender la comedia griega hay que entender el contexto del que habla el comediante, pues hace chistes con el aspecto o con lo que dijeron personas vivas en su momento; personas que, además, no quedaron registradas en la historia universal. Es fácilmente comparable con el fenómeno latinoamericano del teatro «del jajaja» o de la risa fácil, el cual también tiene referencia a políticos, artistas, personajes y escándalos del momento.
Sin embargo, el comediante Aristófanes acertó al elegir temas que, aunque incluían personajes del momento, abordaban grandes verdades humanas y, por eso, tenemos hoy todavía algunas de sus obras; de hecho, es el único comediante griego del que nos quedan obras.
El filósofo Aristóteles, en su libro Poética, analiza la literatura de su cultura. Él opina que el arte literario por excelencia es la tragedia y que, dentro de todas, Edipo rey de Sófocles ser la mejor porque ejemplifica la esencia trágica: si a un personaje malo, como un asesino, le pasan cosas malas, nadie sentirá tristeza por él (hoy lo llamaríamos karma), pero si a un personaje muy bueno le pasan cosas malas, entonces habrá tragedia. Como curiosidad, el libro de Aristóteles menciona al final que en una segunda parte hablará sobre la comedia; sin embargo, dicho documento jamás se ha encontrado y esa es precisamente parte del argumento de la novela El nombre de la rosa de Umberto Eco.
La puesta en escena
En el teatro griego solamente los hombres podían actuar; sí había un personaje femenino, era interpretado por hombres. Los actores utilizaban todo el tiempo una máscara enorme que representaba el gesto o sentimiento general de su personaje. Dichas máscaras no eran del tamaño común de una cara, sino mucho más grandes, hasta la mitad de su pecho para que, desde la última fila, pudieran verlos. Dentro de esta máscara llevaban una sordina, una especie de megáfono; el mismo teatro estaba pensado para mejorar la acústica, ya que se ubicaban cántaros gigantescos con agua debajo del escenario para amplificar el sonido. Los actores utilizaban zapatos de plataforma, llamados coturnos, de tal manera que se veían más altos.
El graderío donde estaba el público era usualmente excavado en una pequeña colina y, abajo, se ubicaba el escenario; muchas veces se elegían colinas que daban al mar para que la vista fuera espectacular durante los ocasos.
Los griegos también inventaron el deus ex machina, un recurso que todavía se utiliza hoy en la literatura, la televisión y el cine. Este recurso, que literalmente significa «el dios que baja de la máquina», como lo menciona Aristóteles en su Poética, consiste en que algunos dramaturgos llegaban a enredar tanto la trama que ya no sabían cómo resolverla y, para ello, introducían un dios que, mágicamente, resolvía todo. El deus ex machina era, entonces, una especie de licencia poética que el mismo Aristóteles clasificaba como un recurso barato, un indicador de que el escritor era malo y usaba la salida fácil. Se debe entender que el deus ex machina también era, literalmente, una máquina o grúa detrás del escenario que permitía entrar y salir al actor que personificaba al dios.
Prometeo encadenado
Antes de abordar el contenido de la obra de Esquilo, se debe abordar el problema que representa la traducción y adaptación de los clásicos griegos; dicho problema se suele centrar en el lenguaje elegido para la edición publicada. En Latinoamérica suele ser popular, a nivel escolar, una traducción española de un famoso filólogo de inicios del siglo XX. El traductor no estaba mal, porque él había escrito para un lector europeo, contemporáneo suyo, y estudiante universitario; el problema era asignar esa traducción en un país latinoamericano a un estudiante de 15 años aproximadamente. Este error, usualmente cometido por los docentes o por los padres que eligen la edición que leerá el estudiante, es muy común en nuestros países. Es por eso que en la Editorial Cazam Ah publicamos esta obra, pero pensando en los estudiantes latinoamericanos del siglo XXI, con un lenguaje comprensible y una edición contextualizada y adaptada a nuestras necesidades educativas y culturales.
Prometeo encadenado era parte de una trilogía, como todas las obras teatrales griegas; sin embargo, no quedan hoy las otras dos partes. Por referencias de otros autores se sabe que la primera parte se llamaba Prometeo portador del fuego y, la última, Prometeo liberado; por lo tanto, esta que nos queda correspondía a la parte media de la trilogía.
Prometeo no era un dios, sino un titán, que es un tipo de ser gigantesco capaz de enfrentarse a los dioses y, de hecho, lo titanes son más antiguos que los dioses del Olimpo. Los titanes se organizaron para oponerse al intento de Zeus de tomar el poder absoluto, por lo que, al ganar la batalla, el dios del rayo los desterró al Tártaro, un lugar en el Hades; solo dos titanes se pusieron del lado de Zeus: Prometeo y su hermano Epimeteo. Había un tercer hermano, Atlas, pero él apoyó a Cronos y, como castigo, Zeus lo obligó a sostener el mundo.
Prometeo puede ver el futuro, esa es su característica principal, y la obra comienza precisamente cuando el titán es encadenado a una piedra que está en un peñasco. Los mismos personajes que lo encadenan, Hefesto, dios del fuego y la metalurgia, y sus ayudantes, Fuerza y Violencia, explican por qué Zeus ha castigado así a Prometeo: el rey del Olimpo quiere averiguar cuál de sus hijos intentará quitarle el trono, como él se lo quitó a su padre, Cronos, este a su abuelo, Urano, y este a su bisabuelo, Caos. Prometeo no se lo quiere decir y esto lo lleva al castigo actual, el cual se verá incrementado con un águila que llegará todos los días a picotear su hígado, el cual ―por ser inmortal― renacerá para volver a sufrir el mismo castigo al día siguiente. El coro de las oceánidas, ninfas hijas del Océano ―antiguo Dios del mar y reemplazado por Poseidón―, visitan al titán y le aconsejan revelar lo que Zeus desea; lo mismo le recomienda Océano, quien también llega a visitarlo.
Prometeo sigue firme en no revelar quién se levantará contra Zeus, pero entonces llega Ío, una mujer convertida en vaca por los celos de Hera, quien descubrió a su esposo, Zeus, seduciéndola. Además, Hera asignó la tarea de vigilar a la chica a Panoptes o Argos, un monstruo de mil ojos en todo su cuerpo (de él viene el concepto «estructura panóptica» del filósofo francés Michael Foucault). Zeus logró liberar a Ío de Panoptes y le permite huir, pero entonces Hera envía un moscardón para que pique constantemente a Ío y la haga correr sin descanso; es así como llega al peñasco donde el titán está encadenado.
Prometeo decide contarle, solo a Ío, lo que Zeus tanto quiere saber. Le revela que ella tendrá que atravesar el mar Jónico (nombrado así por ella: «Iónico») y seguirá huyendo hasta llegar a Egipto, donde encontrará descanso; una vez ahí, regresará a su forma humana, tendrá hijos y, de su descendencia, un grupo de mujeres regresará a Grecia para matar a sus esposos. De todas ellas, solo una perdonará la vida a su pareja y, de esa mujer, nacerá el hijo que traicionará a Zeus. El personaje a quien Prometeo se refiere es Heraclés o Hércules. Así termina la obra y, debido a que la última parte de la trilogía se perdió en el tiempo, desconocemos cómo termina.